08/06/2006

El Dinero

Fui a visitar a mi tío Walter y su familia al kibutz.
Como es sabido, especialmente en aquella época, años 77-78, el kibutz era el estandarte del socialismo. Un éxito del hombre nuevo. De que las cosas se pueden hacer democráticas y con justicia, teniendo en cuenta el prójimo. Donde se eliminan las diferencias y graduaciones de status. No hay trabajos mejores ni peores. Todos son honores. En el kibutz "se trabaja lo que se puede y se recibe lo que se necesita" ese era el slogan.
En Israel eran como pequeñas islas de cordura insertadas en el mar del comercio y el consumismo. Coexistiendo en armonía y jamás con violencia.
Para mí, visitarlos era doblemente refrescante. Me encontraba al menos cada tanto en un ámbito familiar, de familia real, reforzado por el ambiente de vida en comuna.
Casi siempre los viernes por la noche, había alguna actividad especial en el comedor, después de la cena. A veces algún buen músico, o un pequeño y selecto elenco teatral, o algún conferencista con algún tema apasiónate, o, como ocurría a veces, temas y ponentes realmente aburridos.
Un viernes, que estuve de visita allí, se planeó una actividad realmente novedosa, la titularon: "juguemos al capitalismo": al entrar te daban un fajo con billetes símiles a los del juego del estanciero, (o Monopoly), con ese dinero comprabas tu cena, o tenias ciertas actividades para elegir. También había puestos con bijutería y demás artesanías. Habían mesas de ruleta, de blackjack. Incluso en una esquina, un grupo de inmigrantes de argentina instalaron un puestito para jugar a la taba.
El dinero abundaba asi que uno sin darse cuenta rompía con la dieta. Se compraba un montón de adornos y porquerías sin estar seguro si las iba a usar.
El dinero que uno ya no sabía como gastarlo lo apostaba en un pleno al 17 u otro número, según el día de cumpleaños de la persona en cuestión.
La abundancia festejaba. Los puesteros o los de la banca, reinvertían su dinero en knishes, varenikes o recreándose con las estatuas vivientes ávidas de un óbolo.
A medida que se acercaba la hora 23:00 donde la actividad llegaba a su fin, el dinero comenzaba a devaluarse rápidamente, pues en la hora cero su valor seria completamente nulo. Y las transacciones comenzaban a acelerarse, para adquirir bienes tangibles que no se esfumaran en el ocaso a medida que los billetes iban tornando su valor al del mero papel manoseado.